El sistema inmune del psiquismo: La autoestima

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Marisa  Ramos Bique Marisa Ramos Bique preguntó sobre
Problemas de autoestima

Mucho se habla hoy día sobre la autoestima; y como todas las palabras que se usan y abusan parecen quedar huecas, sin consistencia, así que veamos algunas cosillas que pueden venirnos bien para saber de qué hablamos cuando hablamos de autoestima.

Branden (1991) nos dice que “la importancia de una autoestima sana reside en el hecho de que es la base de nuestra capacidad para responder de manera activa y positiva a las oportunidades que se nos presentan en el trabajo, en el amor y en la diversión. Es también la base de esa serenidad del espíritu lo que hace posible gozar de la vida”.

La autoestima no señala un núcleo estable, sino un flujo turbulento y continuo, que está sujeto a un constante proceso de cambio y transformación desde la más temprana edad del individuo.

La autoestima no es un fenómeno puramente individual sino que debe ser comprendida intersubjetivamente en relación con determinadas condiciones históricas y sociales particulares que atraviesan a cada individuo.

Se construye en el vínculo con los otros. Desde el inicio mismo de la vida, es necesario que el bebe tenga al menos un cuidador que le brinde seguridad emocional, a quien pueda apegarse afectivamente. Un apego seguro genera una autoestima equilibrada, dado que facilita en el pequeño que sus vivencias aún intensas y sin un sentido, queden limitadas, amparadas, por un otro sostenedor que dará mirada, atención, prestará palabras y ritmo para calmar las ansiedades que esos momentos despiertan.

Si bien la autoestima sienta sus bases en la infancia, no es inalterable en otras etapas de la vida, necesita ser alimentada en grados diversos, según la personalidad desde el exterior.

Una autoestima consolidada permite dar curso, dar alas, a lo que se piensa, a lo que se desea, enfrentar dificultades, no ser demasiado influenciable por la mirada de los otros, tener sentido del humor, “Saber que se puede”, (como canta Diego Torres). Se puede sobrevivir a los fracasos y a las desilusiones, negarse a los abusos, expresar dudas, tolerar cierta soledad, sentirse digno de ser amado y soportar el dejar de ser amado.

La autoestima consolidada permite expresar temores y flaquezas sin avergonzarse, vincularse con otros significativos sin vigilarlos o ahogarlos, admitirse el derecho de decepcionar o fracasar. Permite pedir ayuda sin sentir que es limosna, tener la vivencia de poder soportar las desventuras, cambiar de opinión (porque uno piensa, pero no para mimetizarse en la manada), aprender de la experiencia, tener expectativas realistas en relación con el futuro, aceptar las limitaciones, no estar en la eterna duda: valgo/no valgo/valgo poco, en un triste deshojar la margarita.

La admiración de los demás no crea nuestra autoestima, ni tampoco la erudición, el matrimonio o la maternidad. Ni las posesiones materiales, los actos de filantropía, las conquistas sexuales o la cirugía estética. A veces, estas cosas pueden ayudar a sentirnos mejor con nosotros mismos o a sentirnos más cómodos en situaciones concretas. Pero la comodidad no es autoestima.

Considerar la autoestima como necesidad básica es reconocer que actúa como el sistema inmunológico del psiquismo, proporcionándonos resistencia, fortaleza y capacidad de recuperación.

La autoestima es un estuario caudaloso, turbulento, con cambiantes corrientes. Los ríos que desembocan en la autoestima son la infancia, las realizaciones, la trama de relaciones significativas, pero también los proyectos (individuales y colectivos) que desde el futuro hacen posible el presente. Por supuesto que, con tantos afluentes, la autoestima es turbulenta, inestable. Turbulenta pero no incognoscible; inestable pero no innavegable. Nuestra lancha es experta marinera si nuestra autoestima es buena. Sin embargo la pérdida del anclaje cultural hace zozobrar al individuo, dado que el anclaje cultural, como cualquier otro, sirve para descansar y reponer provisiones. Hace tiempo íbamos por la vida convencidos de que sabíamos quiénes éramos, y qué buscábamos. La tradición prometía sosiego a quien cumpliera con ciertas pautas, en el amor o en la profesión. Hoy en día, el derecho y el amor se han vuelto casi irreconocibles. Imposible asirse, agarrarse a un modelo. No podemos aferrarnos a nada. Pero estamos sostenidos. Sostenidos por nuestra historia individual, pero también por los vínculos y por nuestros logros. Y por lo histórico-social y sus diversos espacios. Es la complejidad y el movimiento: nuestro actual paradigma. La autoestima por tanto debe ser abordada desde este paradigma.

No tenemos nada mejor que nosotros mismos. Yo soy yo y, sin embargo, no soy sin los otros. Puede haber un desequilibrio neuroquímico pero lo que siempre habrá será la acción conjunta, y difícilmente deslindable, de la herencia, la situación personal, la historia, los conflictos humanos, las condiciones histórico-sociales y las vivencias.

En las próximas entregas abordaremos los componentes de la autoestima y los alimentos afectivos: del desamparo a la autoestima.

09 de septiembre de 2015   Comentar

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