Hablar de gastroenteritis es hablar de una dolencia digestiva provocada por una hinchazón en el intestino, concretamente una inflamación de la membrana interna del mismo, ocasionada por diferentes posibles causas. Principalmente, la puede causar un parásito, una bacteria o un virus.
La más frecuente es la gastroenteritis vírica y resulta muy contagiosa, propagándose a través del contacto directo con la fuente de la infección, bien sea la persona contagiada o de forma cruzada, compartiendo con ella cubiertos, alimentos o también a través del agua contaminada. Acudir al especialista en gastroenterología se considera fundamental en estos casos.
Los síntomas de la gastroenteritis aguda aparecen de forma bastante repentina, habida cuenta de que el periodo de incubación dura entre una hora y 72 horas.
Teniendo en cuenta las posibles diferencias entre unos y otros casos en cuanto a la aparición de los síntomas, puede afirmarse de forma general que estos aparecen de forma súbita, entre un día y dos después de sufrirla. Normalmente, el cuadro de síntomas asociado suele desaparecer por sí solo pasados entre uno y tres días.
Eso no significa que no pueda prolongarse hasta los diez o quince días, en función del virus causante, o sumarse a otras posibles dolencias, lo cual complica el diagnóstico. En general, desaparecen de forma rápida cuando la dolencia comienza a superarse o se ha superado. Estamos hablando de un proceso agudo que mejora espontáneamente, por lo general de uno a tres días después.
Los síntomas de la gastroenteritis son muy distintos, pero obedecen a los problemas que ocasiona al organismo. Tengamos en cuenta que esta afección altera de forma transitoria la capacidad del intestino para regular la absorción y la secreción de sales y agua. Ello provoca además un rechazo de los alimentos que se traduce en síntomas como diarrea (que puede llegar a ser líquida), vómitos, una leve fiebre, escalofríos y dolor abdominal.
Son síntomas que se enmarcan dentro de un malestar general acompañado de una sequedad bucal, consecuencia de una sensación de mucha sed, junto con boca y/o lengua seca y pegajosa.
Por contra, la producción de orina es baja y su aspecto es precisamente el de una orina concentrada. Durante ocho o doce horas puede haber ausencia de orina o ser ésta más oscura.
El dolor de cabeza puede ser otro de los síntomas asociados a ese malestar general. También pueden sufrirse dolores musculares y articulares. Asociado a este malestar general, el paciente se muestra desasosegado y su aspecto de cansado lo provocan de forma especial los ojos hundidos.
La ausencia de lágrimas o escasez de las mismas y transpiración excesiva son otros de los síntomas. En el segundo caso, básicamente con el aspecto de piel ligeramente sudada pero también fría. Asimismo, la sensación de debilidad también es frecuente, llegando incluso a sentirse el paciente aletargado, marearse y sentirse desorientado. Un letargo o somnolencia que se suma una baja energía y una cierta irritabilidad.
Cuando la gastritis se suma a una deshidratación se suele complicar el cuadro, con mayor o menor gravedad en función de cada caso, lógicamente. En particular, suelen padecer esta complicación ancianos, lactantes y personas debilitadas por otras patologías.
En ocasiones, la complicación provocada por la deshidratación (bien por no ingerir el suficiente líquido como por perderse más de lo habitual, ocurriendo de forma más rápida o lenta) requiere el ingreso hospitalario.
La deshidratación es una complicación habitual, pero otras causas pueden provocarla. Por otro lado, los síntomas pueden agravarse y también prolongarse como consecuencia del desarrollo de intolerancias y sensibilizaciones, ya sea a la lactosa o a las protenías de la leche, pongamos por caso.
Imagen: Manu5 en Wikimedia
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