Érase una vez un genio, encerrado en su cabeza. Desde su torre de marfil divisaba el horizonte del pensamiento. Un día se volvió audaz y al otro valiente de la estampa. Corrían ríos de tinta hacia buen puerto, ya que el cielo no amenazaba tormenta. Pero el puerto nunca llegaba, cual espejismo en el desierto. Solo consuelo en el desapego, partir y marchar sin mirar atrás.
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