Psicoterapia. Don de la actitud no llega

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Verónica Diez Aramburu preguntó sobre
Psicología

Es posible que en alguna ocasión te hayas planteado cambiar algo de tu vida, y tras una etapa de firme propósito y fuerza de voluntad poniendo en marcha dichos cambios, te has encontrado una y otra vez funcionando de manera parecida, entablando el mismo tipo de relaciones o sintiéndote de la misma manera. Quizá te hayas criticado ya que, ¿no es tan fácil como proponerse un objetivo y cumplirlo? ¿No dicen eso los libros de autoayuda, algunos gurús del coaching y la psicología, hasta las frases positivas de nuestra taza del desayuno?

“Sonríe, la vida es bella”, “si quieres, puedes”, “tú eliges tu humor”, “el éxito depende de ti”, “todo es cuestión de actitud”… Y sin embargo.

También en el mindfullness, tan en boga y al cual le reconozco una gran utilidad como “ejercicio” y ensayo de actitud, encontramos que se incide en su práctica nos llevará a vivir en un presente continuo y abierto a la experiencia, lo cual nos acercará a la felicidad. Y sí, pero no solo. Porque somos personalidades complejas con presente, pasado y futuro. Negarlo no va a hacer que desaparezcan nuestros miedos más arraigados, nuestra coraza corporal, o nuestros hábitos entrenados durante años. Y cuando digo hábitos me refiero a:

- Hábitos conductuales: costumbres, rutinas, adicciones. De poca importancia aparente o muy limitantes en otros casos

- Hábitos cognitivos: creencias incuestionadas, prejuicios, etiquetas, categorías que dividen nuestra realidad para hacerla más comprensible.

- Hábitos emocionales: Nuestras emociones más disponibles, los caminos emocionales más transitados. Esa tendencia, por ejemplo, a ponerme triste cuando alguien no responde como yo esperaba, ese hábito de enfadarme con quien más me cuida, de tener miedo ante la novedad…

- Hábitos corporales: tensiones mantenidas durante años, síntomas psicosomáticos, gestos de los que no somos del todo conscientes.

- Hábitos relacionales: ¿Por qué termino siempre enganchada en relaciones en las que doy más de lo que recibo? ¿Por qué exijo total disponibilidad a quien me aprecia? ¿Por qué me cuesta tanto poner límites y acabo sintiéndome utilizado por otros? ¿Por qué me siento tan pequeño cuando alguien con cierta o supuesta autoridad se dirige a mí?

Nos gusta obtener resultados inmediatos, evidentes, eficacia y eficiencia, rapidez. Pero nos guste o no, nos dé pereza o nos motive, la respuesta pasa por lo que decidimos hacer hoy, pasa por lo que queremos conseguir para mañana, y también pasa por lo que vivimos, aprendimos y decidimos allá y entonces.

¿Cuándo? Cuando nuestro cerebro estaba en plena formación, cuando teníamos que hacernos una idea general de cómo es la vida, qué se espera de mí, qué puedo esperar yo de los demás… En los primeros años de nuestra vida, principalmente desde el nacimiento hasta la adolescencia, las vivencias se graban con una intensidad que pocas veces se repetirá posteriormente. Estamos biológicamente diseñados para que sea así, para poder adaptarnos a los hábitats y entornos sociales más variopintos.

Pensemos que incluso los comportamientos o los pensamientos más raros y problemáticos del hoy fueron adaptativos en una situación del pasado, tuvieron su función y probablemente fueron una manera creativa e inteligente de que ese niño o niña que fuimos afrontara la vida protegiendo lo más importante de su mundo interno. A veces, antes de que existiera un lenguaje desarrollado como para poder conceptualizarlo y entender cognitivamente el proceso.

No en vano las teorías psicodinámicas, la teoría de Erikson, o la Teoría del Apego de Bowlby, el concepto de Guión de Vida de Eric Berne… han encontrado su evidencia neurofisiológica según numerosas investigaciones.

¿Quiere decir esto que estamos atados de manos ante lo que pasó, que no podemos cambiar? Al contrario, el cambio profundo es posible, y lo será más allá de los objetivos y buenos propósitos, porque existe una calidad de proceso cambio que tocará nuestra estructura de personalidad, nuestro Guión de Vida. Lo que ocurre es que difícilmente podremos llevarlo a cabo si no afrontamos una revisión de nuestra vida y nuestras relaciones tempranas, de los momentos dolorosos, y de lo que hicimos o no hicimos con ellos, o de lo que decidimos como niños deseosos de amar y seguir adelante.

¿Quiere esto decir que si voy al psicólogo, sea cual sea el motivo, necesariamente tendré que hablar de mi infancia, revisar el pasado, remover antiguas heridas…?

Obviamente, no. En primer lugar, los psicólogos no hacemos sólo psicoterapia, ni todas las personas necesitan hacer psicoterapia. Digamos que ésta es la apuesta más arriesgada y que mayores beneficios puede dar, pero también hacemos intervenciones breves, acompañamos en situaciones vitales críticas, enseñamos habilidades, dotamos de herramientas o ayudamos a establecer y conseguir objetivos concretos.

Por otra parte, no siempre es el momento o estamos en situación de embarcarnos en una aventura emocional intensa, a veces es mejor partir de una reeducación de hábitos, de una trabajo de reestructuración cognitiva o de una integración de una experiencia traumática concreta, o simplemente de disfrutar de una toma de contacto con alguien que nos escucha empáticamente y nos comprende.

Sea cual sea tu opción, si has sentido en ocasiones que intentas cambiar, que intentas salir de donde estás, que te encuentras en un callejón sin salida, que una parte de ti quiere y otra no… no te critiques. Aprecia lo que eres y lo que has logrado hasta ahora. Todo tiene un por qué y un para qué. Y si así lo decides, busca ayuda. El auténtico cambio personal es algo que a menudo sólo se puede hacer en relación con alguien sensible, implicado, formado y capacitado para acompañarte en el proceso. Y disfruta del camino.

19 de enero de 2017   Comentar

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