"En una consulta privada no podemos trabajar con drogodependientes, por las características que este recurso tiene, pero sí que trabajamos con adicciones de bajo perfil: pacientes integrados social y laboralmente que sin embargo presentan un abuso secundario de sustancias, o incurren en comportamientos compulsivos con el juego, la alimentación, el sexo o las redes sociales"
Alejandro Muñoz Recarte es Licenciado en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid. Cuenta con Máster en Psicoterapia Individual y de Grupo, y en Psicoterapia Psicoanalítica Relacional. Es especialista en Psicoterapia Gestalt y en Conceptualización Metapsicológica Contemporánea, además de especialista universitario en Clínica y Psicoterapia Psicoanalítica, y experto en Medicina Psicosomática, Focusing, Bioenergética e intervención en emergencias y situaciones críticas. Dirige el gabinete de psicología Centro Aesthesis.
A la edad de once años hubo dos experiencias que me marcaron profundamente: el divorcio de mis padres y la llegada a Madrid. Desde entonces, nació en mí la curiosidad por conocer a fondo las relaciones humanas, replicarlas, integrarme en diferentes grupos de personas, y entender cómo se desenvuelven las dinámicas interpersonales.
El éxito de Aesthesis es la adaptación al formato persona del discurso académico impartido en congresos y explicado en los libros. Nosotros no transmitimos excelencia en nuestras formaciones, sino que ofrecemos los recursos que son deficitarios en todos aquellos posgrados repletos de doctrinas y discursos herméticos, con nomenclaturas endogámicas y puntos ciegos. La clave de Aesthesis es la unión transversal de más de 160 psicólogos para poder acercar en nuestro esfuerzo colectivo la clínica a muchos profesionales que trabajan de forma autónoma, porque juntos podemos divulgar mejor nuestras propuestas, hacer de los entornos terapéuticos espacios inmejorables, agilizar la burocracia, difundir un know how basado únicamente en la experiencia, y conciliar nuestra vida personal/familiar/laboral.
Fue un revulsivo a nivel personal. A medida que se restringen las posibilidades de movimiento de las personas, más se agudiza su ingenio, la creatividad y la resiliencia. Hay muchos internos que se quedan a medio camino sin lograr la reinserción, pero compartir patio con los presos que lo consiguen es un viaje sin retorno hacia la libertad psíquica. En la cárcel hay una química compleja cuyos códigos hay que descifrar alimentando la capacidad de observación y escucha, a la vez que los presos están deseando poder comunicar, entender, aprender, querer y redimirse. Los psicólogos somos meros intermediarios, pero el trayecto del mensajero está repleto de cariño y buenos deseos de personas que, fuera de esa institución, son sólo un estigma.
Fue mi primera experiencia como hermano mayor. La mayor satisfacción la obtuve consiguiendo que una niña de 10 años, víctima de maltrato físico brutal por su padre, me permitiera recogerla en el cole junto a todos los demás padres y hacer el camino a casa juntos. Me llevó seis meses.
Existe una diferencia radical. Con pacientes drogodependientes solamente se puede trabajar en estructuras adaptadas al tratamiento. Es imprescindible la comunidad terapéutica por la fuerza regeneradora del grupo, así como el trabajo en equipo de enfermeros, psiquiatras, educadores y psicólogos. Los roles jerárquicos que van desempeñando los pacientes en función de sus progresos terapéuticos están totalmente acotados, y los procesos personales de cada usuario están acoplados como bisagras en las terapias de todos los demás. En una consulta privada no podemos trabajar con drogodependientes, por las características que este recurso tiene (ambulatorio, asistencial, individual, no interdisciplinar, de baja frecuencia). En clínica privada sí que trabajamos con adicciones de bajo perfil: pacientes integrados social y laboralmente que sin embargo presentan un abuso secundario de sustancias, o incurren en comportamientos compulsivos con el juego, la alimentación, el sexo o las redes sociales.
No es para nada mi estilo, pero en drogodependencia considero indispensable trabajar con modelos muy pautados y poco regresivos. La terapia cognitivo conductual con una base sistémica puede ser un buen recurso.
La respuesta es rotundamente SÍ. Y entiendo la conveniencia de matizar este tipo de comentarios: enfermedad mental no es igual a calle, pero la calle sí es igual a enfermedad mental. Es muy común la presencia de drogodependientes agudos que tienen que pernoctar en la calle porque no están dispuestos a mantener hábitos alejados del consumo en un albergue. Y también encontramos numerosos perfiles de pacientes psicóticos que tuvieron un brote difícil de manejar por parte de trabajadores sanitarios, y que además han sufrido situaciones de severo abandono en su núcleo familiar. Además, es posible identificar otro perfil de personas que padecen inesperadas condiciones de precariedad aunque previamente estaban adaptadas: un divorcio, una inmigración sin papeles, un desahucio. Pero si este perfil consigue subsistir sin incurrir en desbordamientos psíquicos es muy probable que desarrollen capacidades logísticas y relacionales apropiadas para dejar la calle atrás.
No les doy consejos, me permito emitir una simple observación. Estadísticamente, las personas que van a terapia suelen tener mejor salud mental que las que no van, aunque la motivación para ir sea encontrarse mal. Igual que al dentista solamente vamos cuando tenemos un problema en los dientes, pero suele ser mucho mejor la salud bucodental de los usuarios del dentista que la de los que no lo frecuentan.