Paola Obrador es Psicóloga, Sexóloga y Psicooncóloga, con más de quince años de experiencia en su propia consulta, donde utiliza la Terapia Cognitivo-Conductual y EMDR (Eye Movement Desensitization and Reprocessing) para ayudar a las personas a mejorar su calidad de vida. Especializada en sexología y terapia de pareja, también ha ampliado su formación con un Posgrado en Violencia de Género y un Máster en Psicooncología, además de especializarse en duelos y pérdidas. Estas áreas le permiten ofrecer apoyo a colectivos que atraviesan altos niveles de sufrimiento.
La psicooncología es una especialidad de la psicología que se dedica a la prevención, diagnóstico y tratamiento psicológico de las personas con cáncer y sus allegados, en todas las fases de la enfermedad (desde el pre-diagnóstico hasta la fase de remisión o de final de vida y duelo). Su papel en la prevención consiste en la disminución de la incidencia del cáncer a través de factores psicológicos, así como el tratamiento no solo en el apoyo emocional del paciente, sino también en su adaptación al diagnóstico, tratamiento médico y cambios de vida que puedan surgir. Los psicooncólogos buscamos mejorar el bienestar del paciente y sus seres queridos, promoviendo un afrontamiento saludable y reduciendo el estrés asociado a la enfermedad.
El diagnóstico de cáncer es un evento profundamente impactante que genera en los pacientes una serie de emociones complejas como miedo, ansiedad, incertidumbre y bajo estado de ánimo. Muchos pacientes también experimentan un sentimiento de pérdida de control sobre sus vidas, cosa desgraciadamente muy favorecida por los protocolos médicos y circuitos hospitalarios que generan en muchos casos cierta posición de pasividad en el rol del enfermo, aunque hay una tendencia de mejora en este sentido.
Es común que la noticia provoque cuestionamientos existenciales y cambios en la visión sobre el futuro, sea cual sea el pronóstico. Incluso en muchos casos se produce el llamado Crecimiento postraumático, fruto de los aprendizajes existenciales que se producen y de los cambios en la escala de valores.
Los familiares, especialmente aquellos que se convierten en cuidadores principales, también se ven profundamente afectados. Ellos a menudo experimentan angustia, preocupación y, en algunos casos impotencia y frustración, además de la carga emocional de ver a un ser querido enfrentarse a la enfermedad. La relación familiar y los roles dentro de la familia pueden verse alterados, y en algunos casos, los familiares enfrentan altos niveles de estrés.
La psicooncología reconoce este impacto y busca brindar apoyo a los familiares, ayudándolos a gestionar sus propias emociones y ofreciéndoles herramientas para acompañar de forma efectiva al paciente.
Desde una perspectiva psicológica, es importante que el paciente aprenda a reconocer y expresar sus emociones, sin reprimirlas ni sentirse avergonzado por ellas. Incorporar prácticas como el mindfulness, la relajación o la meditación puede reducir significativamente la ansiedad y mejorar el bienestar general. Les ayudará también centrarse y potenciar los aspectos de su vida que siguen funcionando y que les aportan recompensas cotidianas, para aumentar su conciencia respecto a ellas, ya que en estos procesos muchas veces lo malo tiende a eclipsar lo que nos sigue haciendo sentir bien. También es clave que el paciente se mantenga conectado a una red de apoyo (ya sea familiar, de amigos o de grupos de pacientes) para evitar el aislamiento. Es fundamental que mantenga su autonomía en la medida de lo posible, estableciendo objetivos diarios, aunque sean pequeños, que le den una rutina saludable y sensación de utilidad.
Los psicooncólogos procuramos ofrecer un espacio seguro para expresar miedos, angustias y preocupaciones. A través de técnicas específicas, les orientamos en el manejo del estrés, fortalecemos sus habilidades de afrontamiento y promovemos el autocuidado, que es fundamental para que puedan cuidar sin descuidarse. También trabajamos en mejorar la comunicación familiar, ayudando a que tanto los pacientes como sus familiares puedan expresar sus necesidades y emociones, aspecto muy necesario ya que muchas veces hay conflictos debidos a las diferentes formas de afrontar la realidad que existen entre afectado y familiares, o entre familiares entre ellos.
Yo suelo trabajar desde dos abordajes terapéuticos: la terapia cognitivo-conductual y el EMDR. La primera potencia o enseña habilidades de afrontamiento al afectado o familiar, ayudando por ejemplo a gestionar sus pensamientos negativos, controlar su ansiedad, y tomar decisiones durante el proceso; y la segunda, elabora las emociones más profundas relacionadas con las vivencias, para que el impacto de la realidad sea el menor posible y su afrontamiento el más eficaz.
Este trabajo combinado se ejecuta a través de multitud de herramientas psicológicas como técnicas de relajación, psicoeducación, mindfulness, ventilación emocional... entre muchas otras.
El miedo a la recurrencia es una preocupación muy común y válida entre los supervivientes de cáncer. Es importante recordar que este miedo no tiene que dominar la vida, y por eso recomiendo trabajar en la aceptación de que la incertidumbre es parte de la vida, aunque a veces es necesario acompañamiento profesional en este proceso. Aprender a vivir el presente con conciencia plena también es útil para no caer en pensamientos catastróficos.
Existe una relación estrecha entre el bienestar emocional y la respuesta física al tratamiento. Un estado emocional positivo o, al menos, manejado con resiliencia, puede contribuir a una mejor adherencia al tratamiento, a menos efectos secundarios, y a una recuperación más rápida. Estrés y ansiedad altos, en cambio, pueden afectar el sistema inmunológico, lo cual puede influir en la evolución de la enfermedad. Los psicooncólogos trabajamos para que los pacientes puedan reducir estos factores de estrés, lo cual no solo mejora su calidad de vida sino también su respuesta al tratamiento. Aunque es importante no relacionar en exceso el estado de ánimo o los factores psicológicos con la recuperación, porque sino corremos el riesgo de presionar a la persona afectada (o que se autopresione a sí misma) con la necesidad de "ser positivos", ignorando el hecho de que las emociones desagradables aparecerán y es importante normalizarlas también.
En las fases tempranas, la intervención suele enfocarse en ayudar al paciente a adaptarse al diagnóstico, reducir la ansiedad y prepararse para el tratamiento. En esta etapa, los pacientes suelen necesitar apoyo para afrontar los cambios y miedos inmediatos. En fases avanzadas, el enfoque es distinto: nos centramos en aspectos como la calidad de vida, el manejo del dolor y la aceptación de la situación actual. También se abordan con más frecuencia aspectos espirituales, como el sentido de vida, el sufrimiento y, en algunos casos, el acompañamiento en el proceso de final de vida.