Nunca se recalca lo suficiente la importancia de unos pies sanos. Sobre todo, habida cuenta de que un 70 por ciento de los españoles padecen algún tipo de enfermedad en los pies. Una cifra muy elevada por motivos como la falta de buenas prácticas o costumbres y la aplicación de medidas preventivas. Sin embargo, también es cierto que el cuidado de los pies es un hábito cada vez más extendido. No en vano, se trata de una parte de la anatomía muy importante, si bien acaba siendo la eterna olvidada, ya que, salvo excepciones, nos acordamos de cuidar nuestros pies únicamente cuando comienzan los problemas.
En el caso de la podología laboral, los problemas se refieren al ámbito del trabajo. Y es que, como su mismo nombre indica, esta especialidad trata las patologías de los pies que se derivan de la actividad laboral. Un amplio campo orientado a unas circunstancias muy variadas, dependiendo de la actividad laboral de que se trate. Por otra parte, la podología es una ciencia eminentemente práctica, que puede ayudarnos de forma importante mediante la prevención, tanto para evitar patologías o trastornos del pie como con el objeto de curarlas o, al menos, buscando que éstos no se agraven.
Aunque la especialidad se dedica a ello, si tenemos problemas de salud en los pies consecuencia de nuestra actividad laboral, podríamos necesitar de un abordaje multidisciplinar. Tanto para el tratamiento de problemas del pie, en cuyo caso sería necesario contar con otros especialistas, como con otras patologías distintas.
De forma específica, el podólogo debe conocer la normativa legal en prevención, relativa a la protección del pie, así como aplicar esos conocimientos a la práctica clínica.
Estos conocimientos, finalmente, se traducen en un asesoramiento profesional que puede orientarse tanto a empresarios como a trabajadores. De igual modo, asesorar para la prevención puede requerir del concurso de otras especialidades médicas, incluyendo las relacionadas con la podología, con el denominador común de estar vinculadas de un modo u otro con este mismo aspecto preventivo.
Así las cosas, acudir a un podólogo laboral puede deberse a una iniciativa propia, por parte del mismo paciente o, como ocurre más habitualmente, acabar en su consulta tras aconsejarlo otro profesional médico o experto en otras disciplinas que lo crea pertinente.
Sea como fuere, las causas pueden ir desde una mala elección del calzado que se utiliza en el trabajo, sobre todo cuando sus consecuencias motivan situaciones problemáticas que incluso pueden derivar en mucho más que una simple incomodidad.
Las profesiones más complicadas en este aspecto suelen ser aquellas que exigen permanecer mucho tiempo en una misma postura, o justo lo contrario, moverse mucho. Toda circunstancia laboral, en suma, que exija un cuidado especial de los pies es competencia de esta especialidad podológica.
También existen otros problemas de salud relacionados con las condiciones médicas relacionadas con los pies. Es más, un simple dolor de pies, por ejemplo, puede estar acompañado de piernas cansadas, dolor de espalda o, sin ir más lejos, de un cansancio general que se traduzca en apatía y sensación de agotamiento.
Por lo tanto, cada caso será distinto, y solo un análisis del mismo permitirá un diagnóstico personalizado. Igualmente, cuanto antes se lleve a cabo un reconocimiento más probabilidades de éxito tendrán las prácticas preventivas. Y lo mismo cabe decir de los diagnósticos tempranos, otra manera de prevenir problemas mayores.
Cuando se tengan problemas de salud relacionados con los pies que cursen con otros dolores y síntomas como los apuntados, en definitiva, se debe acudir al médico de cabecera para que valore la conveniencia de acudir al podólogo laboral.
Dentro de la práctica preventiva relacionada con esta especialidad, la elección de un calzado adecuado es fundamental para evitar dolores de pies, espalda o sensación de piernas y pies cansados.
En muchos casos, no basta con la elección del calzado, siendo aconsejable complementar esta medida con el uso de plantillas podológicas e incluso con sesiones de fisioterapia. También puede ayudar el tipo de ropa, calcetines o, por ejemplo, ser de ayuda el uso de medias de compresión.
Como norma general, el calzado adecuado evitará o reducirá el riesgo de traumatismos en el pie, así como otros riesgos que pudieran acabar provocando la patología podológica.
Si nos preguntamos cuál es el calzado adecuado para evitar o minimizar estos problemas, hemos de saber que la respuesta dependerá de la actividad laboral que realicemos, así como de las circunstancias de distinto tipo o dolencias que tenga cada paciente.
De manera orientativa, si bien podrían no ser consejos útiles en algunos casos, los zapatos deben tener la suela antideslizante, una buena amortiguación, una puntera amplia, resultar cómodos y tener un tacón ergonómico de no más de 4 centímetros.
Igualmente, el tejido debe ser lo más natural posible. No tanto en lo que respecta a su material, sino a su transpirabilidad y a la facilitación de movimientos, además de ayudar a proteger el pie.
Lógicamente, también debe ser seguro de cara al conjunto de medidas laborales de seguridad relativas a la profesión de que se trate. Todo un conjunto de requisitos que, en suma, deberían producir un importante aumento cualitativo y cuantitativo del confort y la eficiencia de los trabajadores.