El trastorno bipolar es conocido desde el siglo XIX, cuando se denominaba psicosis maniaco-depresiva y se caracteriza por la presencia de diferentes estados de ánimos, que se alternan, pasando de la hiperactividad o manía, de la excitación a la depresión.
Es un trastorno que se puede iniciar en torno a los 30 años y que aunque suele hacerse crónico, se puede tratar, para lo que es preciso un adecuado diagnóstico del psiquiatra; además es fundamental la toma de conciencia del problema por parte del paciente, siendo los fármacos estabilizadores personalizados, otra de las claves en su tratamiento.
Las causas del trastorno bipolar no se conocen con exactitud, pero se presupone que tiene un origen biológico, psicológico y social, que deberá tenerse en cuenta en el tratamiento, que puede permitir que los síntomas se manejen, evitando la hospitalización; previniendo el suicidio o autoagresión; haciendo que el paciente lleve una vida normal, entre otros objetivos.
El sentimiento habitual de aquellas personas que conviven con un familiar diagnosticado de trastorno bipolar e incluso, en ciertas fases, la propia persona que lo vive, es el de incertidumbre: ¿Cómo se aprende a vivir con esto? ¿Qué pautas he de seguir?
El trastorno bipolar se caracteriza por un estado de ánimo patológico que va en diferentes gradientes desde la manía y euforia hasta la depresión, causando cambios drásticos de temperamento en la personalidad. La hipomanía puede causar que la persona se encuentre con un alto nivel de vitalidad, energía que canaliza en pensamientos grandiosos no reales y excesiva impulsividad.
En la fase depresiva la persona experimenta un ánimo continuado de tristeza, ansiedad y desesperanza, por lo tanto una disminución total de la energía llegando a la fatiga, no realizando, en ciertos casos, las actividades diarias básicas como la alimentación o la higiene. Su aparición surge, según los estudios longitudinales de investigación sobre la enfermedad, en una adolescencia media o a una edad adulta temprana.
En la actualidad las guías de práctica clínica para profesionales, como los psiquiatras. que han tenido en cuenta a afectados y familiares, nos muestran que las peticiones de estos últimos es que la relación con el profesional sea abierta y flexible, respetando los límites de la confidencialidad con el paciente, evitando bloqueos a la hora de atender dudas. Sugieren más campañas contra el estigma que la enfermedad supone en los medios de comunicación, intervenciones de carácter preventivo y un protocolo más firme ante la intervención en las crisis.