La mamografía es una prueba diagnóstica de imagen, en la que se realiza una radiografía de la glándula mamaria, a través de un mamógrafo, que emite rayos X, en una dosis lo suficientemente pequeña, para que no implique ningún riesgo para la mama, y cuyo objetivo es una detección precoz del cáncer de mama, incluso antes de que se pueda detectar a través de una palpación. Los ginecólogos recomiendan la realización de la prueba en las mujeres a partir de los 50 años, anualmente, ya que esta detección precoz, permite realizar un tratamiento menos agresivo y mayores posibilidades de curación.
La mamografía se complementa con otras pruebas como la biopsia, la resonancia magnética o la ultrasonografía, cuando ya se trata de detectar el alcance del cáncer existente.
Además de la detección del cáncer de mama, la mamografía sirve para detectar tumores benignos, fibroadenomas y quistes.
En los últimos años han aparecido algunas innovaciones respecto de la mamografía convencional:
Entre los limitantes de la mamografía se pueden destacar:
La ciencia sigue investigando para mejorar la precisión de estas pruebas, y de esta forma contribuir a la detección precoz del cáncer, con todos los beneficios que ello conlleva.
A partir de los 45 años, las mujeres con riesgos particulares de padecer cáncer de mama deben hacerse una mamografía anual. Sin embargo, se abre también la posibilidad de que las mujeres a partir de los 40 escojan también esta periodicidad, según publica la guía de detección del cáncer de mama de la Sociedad Americana de Cáncer.
Esta patología es el tipo de cáncer más común en mujeres de todo el mundo, y el segundo en tasa de mortalidad en Estados Unidos, después del de pulmón. Además, se considera la principal causa de muerte prematura. Un diagnóstico a tiempo puede convertirse en la solución al problema, por eso es importante que dependiendo de la edad y los posibles riesgos se realicen revisiones periódicas.
La última actualización de la guía de detección del cáncer de mama data de 2003 y desde entonces se han incluido aspectos que acortan el tiempo entre revisiones, a fin de conseguir un diagnóstico precoz. Así, se han acumulado evidencias a partir de estudios a largo plazo de casos concretos y aleatorios para establecer un muestreo de la aparición de la enfermedad. Los ginecólogos recomiendan, por tanto, que a partir de los 45 años, si se presenta riesgo para la paciente, se realice un chequeo anual.