Las lesiones o fracturas de tobillo pueden requerir una intervención quirúrgica en función de su gravedad y de otros factores que el profesional tomará en consideración en cada caso.
Dentro de las causas más comunes podemos citar los accidentes, por ejemplo un esguince al resbalar, automovilísticos, las caídas desde una cierta altura, torsión por la práctica deportiva u otras actividades de ocio y lesiones por arma de fuego.
La fractura de tobillo también puede ocurrir por el ejercicio de violencia directa sobre la zona o, de forma indirecta, como lesión concomitante de la rotura de la pierna.
Una fractura de tobillo supone la rotura de uno o varios de los huesos de esta parte de la anatomía, la articulación que une el pie y la pierna. Son fracturas que pueden ser parciales o completas, y producirse en uno o ambos lados del mismo.
En un primer momento, estas fracturas se deben valorar a través de una radiografía del tobillo dañado por parte del especialista en traumatología, para determinar el alcance de la lesión. Es importante valorar su aspecto para valorar el estado general, saber qué huesos se rompieron o hasta qué punto se desplazaron.
Por un lado, existen distintos tipos de fractura de tobillo, y algunas de ellas exigen cirugía, y por otra se tomará una decisión en función de lo observado a través de la radiografía, aunque en algunos casos es difícil hacerlo y se comenzará con un tratamiento más conservador para valorar la evolución.
De forma general, puede afirmarse que la decisión de operar depende tanto del tipo de rotura como de su estado, según se observe en la radiografía.
Pueden requerir cirugía en casos como los siguiente:
Toda información relevante que proporcione la radiografía, en suma, ayudará a determinar el tratamiento necesario.
Si no se estima necesaria la cirugía, las opciones de tratamiento son diversas:
Las anteriores son soluciones que no requieren realizar una cirugía, pero no siempre es posible evitarla, lógicamente. Estará aconsejado intervenir si el traumatólogo considera que la curación va a ser mejor con cirugía o que ésta facilitará la recuperación. En estos casos, si bien por un lado la recuperación será mejor gracias al sometimiento a una intervención, por otro hay que tener en cuenta que ésta solo se consolidará cuando pase un tiempo.
Un periodo de tiempo en el que, por lo general, se precisará de reposo y, en muchos casos, también de ejercicios de rehabilitación que en algunos casos debe iniciarse inmediatamente después de la cirugía.
Las cirugías pueden necesitar prótesis o piezas de soporte, como el uso de piezas de metal o placas que ayuden a mantener los huesos y enlazar los huesos rotos, cuya colocación será tanto temporal como permanente, en función de cada caso.
La prótesis de tobillo, por ejemplo, es una terapia que ha demostrado eficacia en casos de desgaste de la parte superior de la articulación del tobillo por artrosis. Ya sea de forma congénita o adquirida, dicha condición suele venir acompañada de un mal alineamiento del tobillo congénito que también debe corregirse.
Como se ha apuntado, la recuperación conlleva su tiempo y variará también en función de cada tipo de operación y perfil del paciente. La mayoría de las ocasiones se necesitan en torno a mes y medio o dos meses para una recuperación completa, salvo complicaciones.
Sea como fuere, habremos de seguir las indicaciones del médico a partir del avance observado en radiografías que se tomarán de forma regular con el fin de ver cómo está sanando el tobillo.
En definitiva, más allá de las primeras previsiones, será el resultado de estas observaciones las que, en última instancia, servirán al especialista en traumatología para ir tomando decisiones y, finalmente, hacer saber al paciente cuándo puede volver a hacer vida normal. En ocasiones se puede recomendar el tratamiento post-quirúrgico, llevado a cabo por un fisioterapeuta, que permita la recuparación total de la movilidad.