El trastorno obsesivo-compulsivo tiene como característica principal la aparición de obsesiones, a las que se unen compulsiones, generadoras de ansiedad y malestar, que a su vez dificultan el funcionamiento y la conducta cotidiana y habitual, haciéndola en ocasiones más lenta y en otras interfiriendo en ella. El trastorno obsesivo compulsivo o TOC, como también se conoce, está catalogado como un trastorno de ansiedad.
Cuando se habla de obsesiones, se hace referencia a ideas indeseadas que provocan angustia y que están presentes en la conciencia. Pueden ser imágenes, pensamientos, impulsos persistentes y recurrentes, que provocan malestar y ansiedad patológica. Van más allá de una preocupación exagerada de la vida cotidiana, y así son reconocidas por quién las padece, como productos de la mente, que se tratan de neutralizar de diferentes formas.
En cuanto a las compulsiones son diferentes tipos de comportamientos, que se realizan de forma repetida, estereotipada, sin sentido, como por ejemplo, las comprobaciones repetidas, el ordenar objetos, etc. También pueden ser actos mentales como repetir números, palabras, rezar, etc. Su objetivo sería la reducción de una situación de angustia o malestar, sin que haya una conexión real, y por tanto una posibilidad de que tenga algún resultado.
La forma que los psicólogos consideran más efectiva para tratar el trastorno obsesivo-compulsivo son la terapia cognitivo conductual, donde se enseña al paciente a que tolere la ansiedad, evitando realizar los actos compulsivos. La psicoterapia sirve de apoyo para reducir la ansiedad y estrés, así como resolución de conflictos internos.
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Breve historia de la lobotomía
Normalmente, el enfoque terapéutico que se da a las enfermedades psiquiátricas pasa por una combinación de psicoterapia, farmacoterapia y en algunos casos terapias electroconvulsivas, pero algunos pacientes no responden positivamente a ninguna de estas medidas, por eso se puede plantear el uso de la psicirugía, que tuvo sus comienzos en la década de los 30.
Este tipo de cirugía se aplicó en el pasado con mucha frecuencia para tratar diferentes trastornos psiquiátricos, como los afectivos, los obsesivos compulsivos o la esquizofrenia, pero con el paso de los años se detectaron abusos en su práctica, que en ocasiones se llevaba a cabo por personas no tituladas y sus complicaciones y secuelas en ocasiones eran peores que la propia enfermedad.
Además, empezaron a surgir nuevos fármacos muy eficaces, como la clorpromazina, que apareció en 1954 como tratamiento de la psicosis y también el auge de la terapia cognitivo-conductal, que hicieron que la conocida como lobotomía se fuese relevando a un segundo plano hasta prácticamente su desaparición. Hoy en día no se considera una primera opción, sino que se ve como un mecanismo a utilizar cuando el paciente no responde a otros tratamientos y hay que apostar por una nueva forma de tratarlo.